lunes, 31 de enero de 2011

La senda del brujo.

Capítulo 1: Mandorcail.

El resplandor de un relámpago forma una sombra sobre el sucio suelo de piedra, ha empezado la tormenta, las predicciones de aquella gnoma chiflada por la meteorología habían resultado ser ciertas, los rugidos de los truenos ahogarían sus pasos y su habilidad para ocultarse en las sombras le ayudarían a pasar inadvertido ante los Puños Ardientes que patrullan la ciudad, que además no tienen mucho apego a Falcarius tras haberse visto implicado en una serie de supuestos asesinatos de unos nobles, afortunadamente la muerte les había sobrevenido después de haberle ofrecido al tiflin la información que buscaba.

La mansión es enorme, construida en Sierra Florida, el barrio más rico de Puerta de Baldur, fue abandonada hace un tiempo por su anterior dueño Mandorcail, hay muchas historias sobre esta mansión, habitaciones que cambian de lugar, cánticos de voces invisibles y escenas de sangrientas carnicerías, todo eso no importaba, debía entrar allí para encontrar la siguiente parte de su misión.

Un segundo relámpago ilumina un estrecho corredor y algo más, una sensación de agobio se apodera del brujo, rápidamente con movimientos precisos y calculados, gira sobre sí mismo a la par que desenvaina su guadaña, esta traza un arco sobre su cabeza, el silbido que produce al cortar el aire es audible por encima de la tormenta, pero no hay objetivo para su mortal golpe, la fuerza del movimiento la pone fuera de control haciendo inevitable que se estrelle contra la piedra de la pared del corredor, saltan algunas chispas, y el metálico sonido produce un fuerte eco que rápidamente se propaga por la mansión abandonada.

Decide seguir adelante, sus investigaciones le han revelado la posición de la gema, al menos en parte, afortunadamente esta vez está seguro de que está en el camino correcto, las historias cuadran, e incluso cree sentir el poder de la misma bajo sus pies, en algún recóndito lugar en el sótano de la mansión. Sigue avanzando, atento a lo que pudiera surgir, el corredor desemboca en un pasillo transversal, al este la inquietante quietud de un pasillo envuelto en la oscuridad, al oeste unas escaleras que parecen llevar al nivel inferior, sonríe, la gema cada vez está más cerca.

Si quisiera, estaba seguro de que podría cortar la oscuridad con el filo de su guadaña, aunque los tiflin, como él, pueden ver en la penumbra, la ausencia de ventanas en esa parte de la mansión le hacen imposible avanzar con seguridad, golpea rítmicamente tres veces la punta inferior de la guadaña contra el suelo, casi de inmediato, un leve fulgor anaranjado ilumina tenuemente en derredor suya, la luz la emiten las piedras con las que el arma está decorada, un simple hechizo que un mago que conoció hace años imbuyó en su arma.

Avanza por las escaleras introduciéndose en el subsuelo de la ciudad, el olor a moho y humedad es penetrante. Una regia puerta de madera se alza ante él, alarga su mano hacia el picaporte y la empuja, la puerta gira silenciosa sobre sus goznes, una ráfaga de viento helado golpea su cara, y la luz de las calles aledañas a la mansión iluminan la estancia a la que ha entrado, las ventanas, con los cristales rotos, dejan pasar el frío viento invernal que hace aletear las raídas cortinas que una vez se usaron para cubrirlas.

Una mueca de asombro se dibuja en la cara del tiflin, había estado bajando al menos medio minuto, sintiendo cómo el frío, la humedad y el olor a moho lo envolvían, ahora se encuentra en el piso superior de la mansión, azotado por ráfagas de viento helado, en medio de una corriente consecuencia de los ventanales rotos a ambos lados de la sala. ¿Qué había pasado? ¿Dónde está el sótano al que pensaba que se dirigía?¿Si había estado todo el rato que paso en las escaleras bajando, cómo es que se encuentra ahora en el piso superior? Puede que las historias que se cuentan sobre la mansión no sean simples historias después de todo, piensa para sí.

Avanza con sigilo por la habitación hasta su otro extremo, pero cuando se halla en el centro de la misma toda luz que entra en la habitación se apaga, sumiéndola en una oscuridad, como si alguien hubiera tendido una espesa cortina por el exterior de las ventanas que impidiera que entrase la luz, sólo el débil resplandor anaranjado que proyecta su hechizada arma ilumina la estancia. La levanta y adelanta mientras gira sobre sí, intentando ver a su alrededor, no ve nada. Se queda quieto conteniendo la respiración, intentando escuchar, ningún sonido llega hasta sus oídos, siquiera el de la lluvia, los relámpagos o truenos que hasta hace unos momentos sacudían la casa, incluso el viento había cesado.

Una sensación de apremio lo invade y decide seguir, al dar el primer paso siente algo pegajoso bajo sus botas, acerca la punta del arma al suelo para intentar ver de qué se trata, una mancha negruzca cubre toda la extensión del suelo, una mancha que, estaba seguro, al entrar no estaba, se agacha para tocarla, e intentar determinar de qué se trata, aunque lo sospecha, con su mano enfundada en un guante sin dedos toca el suelo, la sustancia es viscosa, y está caliente, su lado demoníaco saborea el olor cuando acerca el dedo manchado a sus fosas nasales para oler la sustancia, es sangre y parece que se derramó hace poco, pues aún está tibia.

Al levantarse se encontró rodeado por una dantesca escena de grotescas proporciones, pilas de cadáveres descompuestos, bajo otros más frescos con los miembros mutilados, de algunos incluso aún brotaba sangre que se deslizaba por el suelo de la sala; degeneradas escenas sexuales interpretadas por otros cadáveres mutilados; empalamientos, torturas y toda clase de perversiones necrofilicas cubrían cualquier rincón del recibidor. No os temo, gritó con fuerza, y sus palabras resonaron por los pasillos y corredores del piso superior de la mansión de Mandorcail, aunque fuertes y seguras, esas palabras las pronunció más por oír algún sonido en aquel escalofriante silencio que por creérselas del todo.

Un atronador rugido surgió del interior de la casa, los pocos cristales que aún quedaban en las ventanas explotaron hacia el interior provocando cortes en la armadura de cuero con la que se protegía el brujo. La luz de la calle volvió a iluminar la habitación, y los sonidos de la tormenta volvieron a inundar de ecos la mansión. Un enorme relámpago brilló en la noche invernal e iluminó con intensa luz la estancia, no había ningún rastro de la escena de muerte que hasta hace poco Falcarius creía ver.

1 comentario:

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